La desolación que dejó el huracán Dorian en Bahamas se está convirtiendo en frustración por la lentitud y escasez de la ayuda, en medio de un creciente sentimiento contra los inmigrantes haitianos que, una vez más, lo han perdido todo.
“Soy una víctima, necesito ayuda, tengo cuatro hijos y mi esposa”, implora Blondel Vincent, un haitiano con nacionalidad bahameña que lo perdió todo, menos la vida y la familia, en la furiosa tormenta de tres días.
El carpintero de 41 años se refugia con su esposa e hijos en una iglesia bautista en un vecindario de mayoría haitiana en Nassau, la capital, adonde han estado llegando los habitantes de las islas del norte de Bahamas que quedaron destruidas por la crueldad de Dorian.
Normalmente, los huracanes llegan y se van en unas horas. Pero Dorian se estacionó cruelmente sobre el norte de Bahamas. Cuando al fin se fue el martes pasado, dejó el horror. Las islas de Ábaco y Gran Bahama -según describen sus víctimas- parecen haber sido bombardeadas.
“La gente dice que sufrimos un huracán”, dice Timothy Ronny, otro desplazado de la isla de Ábaco que ahora se refugia en la iglesia Calvary Baptist de Nassau. “Eso no fue un huracán. Eso fue una tormenta de tornados. Fueron tornados y un tsunami”.