Por Gabriel Duchen.
El 12 de julio de 2023 aterricé en el Aeropuerto Internacional Las Américas, con la
intención de conocer Santo Domingo y avanzar con ciertas diligencias comerciales
inherentes a mi rubro de trabajo.
Como ciudadano boliviano, acostumbrado al enclaustro y la ausencia de playas, fui
tempranamente cautivado por el malecón de Santo Domingo, mientras me dirigía al
hotel donde pernoctaría un par de noches, ubicado en la Ciudad Colonial, exactamente,
en inmediaciones de la peatonal El Conde.
Los siguientes días, con mucha emoción, recorrí las calles colindantes, disfrutando de
todos los lugares que pude conocer y, casi en un suspiro, terminé enamorado de esta
hermosa ciudad. Acto seguido instalé mi residencia en esta capital.
Sin embargo, no todo fue algarabío. En los primeros días, sin darme cuenta, pagué por
una carrera de taxi tomado en la puerta de un prestigioso hotel de Piantini, hasta la
ciudad colonial la módica suma de USD. 50. Ignorante, la pagué sin objetar.
Una vez me aclimaté con la ciudad, pretendí retomar una rutina de la que siempre he
disfrutado en mi país de origen: caminar al supermercado para hacer las compras
semanales. En varias ocasiones caminé sin ningún percance y cumplí el cometido sin
inconvenientes. Sin embargo, en una ocasión, alrededor, de las 19:00, retornando a mi
domicilio por la Av. España, junto con mi caminador acompañante, fuimos víctimas de un
intento de asalto perpetrado por tres jóvenes que quisieron robar nuestras pertenencias.
En un acto de heroísmo, inicié una carrera maratónica y zafé de las fauces de los
depredadores, pero mi acompañante cayó al piso y las fieras se abalanzaron sobre él, en
plena Av. España, interrumpiendo el tránsito de vehículos momentáneamente. Al darme
cuenta de la situación, volteo sujetando las bolsas de compras y las lanzo directamente a
dos de los atracadores que son impactados con estas, mientras me acerco furibundo a
defender al soldado caído. Inmediatamente los vehículos parados se percatan de la
situación y comienzan o sonar las bocinas y los atracadores se ven obligados a retirarse
sin reclamar ningún botín. Su cometido fue frustrado.
Por la gentileza de un ciudadano pudimos recoger las compras regadas en el suelo y él
mismo, en un acto cívico sorprendente, nos condujo en su vehículo al condominio sanos
y salvos. Notificó además a la policía de lo ocurrido, quienes se hicieron presentes para
solicitarnos denunciar el hecho. Esa misma noche, nos esteramos que fuimos las cuartas
víctimas de los malandros de la zona, en un corto periodo de tiempo.
Lo más sorprendente ocurrió recién. Mientras mi caminador acompañante y yo nos
desplazábamos por El Conde, conversamos sobre la necesidad de tomar un corte de
cabello: necesidad universal y de casi todos los ciudadanos del mundo.
En eso nos aborda un sujeto bastante agradable y amigable que nos ofrece corte de
cabello con tijeras, que satisface muy bien nuestra necesidad. Pregunto por el precio y
me responde que $RD 500. Convencidos de inmediato por la propuesta, lo
acompañamos al lugar. Un espacio reducido, a escasos metros de El Conde, poco
higiénico, con mobiliario en mal estado, pero con la promesa de un magnífico corte de
cabello.
Una vez sentados, se nos abalanzaron cinco personas por lo menos y comenzaron a
atendernos como dignos miembros de la realeza. Gentilmente contestamos que no, que
solo el corte. “No te preocupes. Llévate de mi. Somos profesionales” fue la
sentencia condenatoria.
Arrancaron los zapatos, los calcetines y sumergieron nuestros
pies en agua, mientras el barbero comandante, con gestos y ademanes bruscos,
comenzó a podar la cabellera de mi caminador acompañante mientras yo miraba
sorprendido el desenlace. “Saquen fotos” dirigió el comandante. Todo fue muy abrupto.
En menos de dos minutos estábamos sin zapatos, llenos de cremas exfoliantes y con las
máquinas golpeando fuertemente nuestras cabezas.
La depilación, en mi caso, fue forzosa. “Es por higiene. Somos profesionales. Déjate
llevar de mi” vociferaba el comandante. Estaba perplejo. La navaja ya había iniciado la
tarea en mis brazos y entendí que no podía hacer mucho. No iba a discutir con un sujeto
que tiene una navaja en mi brazo.
Entonces comenzaron preguntas “inocentes” “¿De dónde son?, ¿dónde viven?, ¿a
qué se dedican?” Evadimos todas las preguntas. Cinco personas nos tenían
prácticamente a su merced dándonos servicios no solicitados y anulando nuestra
decisión de no tomarlos. No pudimos negarnos a recibir ninguno.
Nos cambiaron de cuartos, caminamos descalzos, me desvistieron para terminar la
depilación no solicitada. “No sigan. Está bien así. No es necesario esto”, insistí en
muchas ocasiones. La respuesta del comandante no se hizo esperar: “Es por higiene.
Somos profesionales. Déjate llevar de mi”. Con las navajas en mi cuerpo dejé que
terminaran de trasquilarme.
Al finalizar, llegó el dictamen del capitán: “la depilación la pagas acá adentro y el
servicio completo afuera”. “¿Cuánto será todo?” pregunté. “La depilación
completa $RD tantos miles y los servicios completos $RD tantos miles cada
uno”. Me quedé petrificado. “Claro. Pero tenemos que ir a un ATM. No tengo ese
efectivo acá”. El servicio completo incluía escolta hasta el ATM.
En el camino al ATM solicitamos la intervención de la policía turística. Con su mediación,
el asunto terminó en un pago significativamente menor, a regañadientes del capitán y
del escolta, pero demasiado alta frente al abuso cometido contra nosotros. Estoy seguro
que por un buen tiempo no me apetecerá disfrutar de las caminatas por El Conde o de
otros atractivos en estas fechas tan importantes. Mi seguridad no es negociable y nos
tienen retratados.
República Dominicana es uno de los países más hermosos que he conocido. Santo
Domingo es una ciudad maravillosa. El país va a recibir este 2023, alrededor de 10
millones de turistas. Miles de potenciales víctimas de abusos y extorsiones de
prestadores de servicios inescrupulosos, que ofertan miserias por precios de diamantes,
en condiciones deplorables y esto no puede seguir así.
Aclaro que, a mi parecer, la solución no es regular el precio. Sino dar seguridad a los
extranjeros para que no caigan en estos predadores. Queda pendiente una importante
tarea para este 2024; la seguridad es tarea de todos.
** Gabriel Duchen es abogado y empresario boliviano, radicado en Santo Domingo.